“Del amor recibido, al amor dado”
Sonsoles Gallo, coordinadora de proyectos pedagógicos en el Área de Colegios CEU, nos ofrece en este artículo una reflexión muy interesante sobre el apego, que nos ayuda a favorecer en nosotros una actitud creativa para que podamos mantener con nuestros hijos un vínculo seguro.
Antes de adentrarnos en el mundo del apego o vínculo, permitirme presentar cuatro conceptos clave: principio de realidad, principio de misericordia, acogida y acompañamiento. Estos conceptos serán la base sobre la que sostenga la charla.
Principio de realidad: Es adecuado caer en la cuenta de que la realidad coincide con la verdad. Para educar a nuestros hijos es necesario manejarnos en el principio de realidad, en el principio de verdad, porque si no le digo la verdad a mi hijo, no va a poder manejarse bien.
En ocasiones podemos caer en la tentación de decirles “una mentira piadosa” y eso es un error. Otra cosa es adecuar lo que debo compartir con nuestros hijos a la edad de cada uno, elegir el momento óptimo, adaptar la forma de expresarlo… No estamos hechos para la mentira, ni siquiera para “la mentira piadosa”. De hecho, aunque la verdad sea dura, incluso definitiva – como por ejemplo el fallecimiento de un ser querido – solo en la verdad podré vivir libremente.
Principio de misericordia: si solo nos manejamos con el principio de realidad, a veces, no podemos afrontarla. Lo difícil es el equilibrio entre bondad y verdad. . Si solo nos manejamos con el principio de misericordia, podemos caer en la sobreprotección – no le cuento a mi hijo que ha fallecido su abuelo pues sufrirá mucho -. La sobreprotección podemos entenderla como un mecanismo con el que nos protegemos como mayores del sufrimiento que nos produce el sufrimiento del hijo. Me atrevo a decir que es nuestra kriptonita. Nos genera mucha vulnerabilidad. Por lo tanto, si educamos solo desde el principio de misericordia, les podemos hacer daño porque la realidad es tozuda y resiste a nuestras manipulaciones.
Entonces, ¿cómo podemos acercarnos a nuestros hijos? Desde el principio de realidad Y el principio de misericordia con dos movimientos educativos: la acogida y el acompañamiento.
Acoger a una persona, acoger al hijo, no es algo pasivo sino receptivo. Tenemos que querer hacerlo y permitir así que el hijo entre en mi interioridad. Por lo tanto, ésta se va a afectar. Entonces, en ocasiones, nos podemos dar cuenta de que deseamos acoger a nuestro hijo y descubrir que no podemos. Puedes descubrir que necesitas ser tú acogido. Porque como adulto traemos nuestra historia y corresponde que nos preguntemos: “¿en quién descanso yo?, ¿por quién me siento acogido?” y corresponde como adulto, como adultos responsables de estos hijos – criaturas extraordinarias y con un punto de misterio – nos miremos con ternura también a nosotros mismos.
Por lo tanto, hay dos movimientos: la acogida, poder acoger al otro en la interioridad, que sé que me va a turbar y me va afectar, y el acompañamiento.
La acogida es recepción y el acompañamiento es donación. Cuando nuestros hijos nos preguntan: “¿Me acompañas?”, tú contestas: “¡Claro! ¿Dónde?”. Si nuestro hijo nos contestara que quiere que le acompañemos al precipicio, le diremos que ahí no le vamos acompañar por que el precipicio no es un bien. Nosotros como padres acompañamos a la verdad, a la bondad y a la belleza, pero no al mal.
Por lo tanto, cuando nuestros hijos hacen pataletas, cuando nos cuentan sus deseos, cuando nos retan, nos están pidiendo que les acompañemos a una vida feliz, a una madurez psicoafectiva, para que puedan revestirse de confianza en sí mismos y en el mundo para lanzarse a los desafíos.
¿Qué es el vínculo?
Pero estar hablando de estos cuatro conceptos de modo abstracto no tiene sentido. Necesito hacerlo realidad en las relaciones humanas que establezco en el día a día. Estas se pueden constituir de muy diversas maneras, y no cabe duda de que las más intensas y las que provocan mayor sufrimiento y/o placer son las que se generan con la familia y las personas amadas. Me atrevo a preguntarte: ¿Cómo es tu vínculo con tus padres? ¿Con tus hermanos? ¿Con tus compañeros? ¿Con tu esposo, con tu esposa?
Si quiero favorecer con mi hijo un vínculo seguro, un lazo afectivo que lo afiance en quien es, tengo que atreverme a mirar mi mochila vincular para poderla integrar. Es importante reconocer esta historia vincular porque tu hijo ya está viviendo su propia historia vincular y tú eres una de sus figuras fundamentales.
Dentro de la teoría del vínculo se trata fundamentalmente del vínculo entre cuidador y cuidado. El vínculo se define como el lazo afectivo, estable y consistente que se establece entre un niño y sus cuidadores, como resultado de la interacción entre ambos. Esta vinculación es promovida no solo por el repertorio de conductas innatas, con las que el niño viene al nacer, sino fundamentalmente por la sensibilidad y actuación de sus cuidadores.
Por lo tanto, es algo importante y por eso estáis aquí hoy. a pregunta no es si amamos a nuestros hijos, la pregunta es si nuestros hijos se han enterado de que estamos dispuestos a dar la vida por ellos, porque a lo mejor tenemos lenguajes afectivos diferentes.
Tipos de vínculo
Hay cuatro tipos de vínculo, el que nosotros anhelamos para nuestros hijos es el vínculo seguro, en el que revestimos a nuestro hijo de esa confianza que le permite explorar su entorno. Luego tenemos otros tres vínculos, el inseguro evitativo, el inseguro ansioso y el desorganizado. De estos cuatro hablaremos de los tres primeros porque el cuarto es el patológico y ahí necesitamos un acompañamiento terapéutico especializado.
El inseguro evitativo es aquel niño que aprende que no puede traer su vulnerabilidad a casa, es aquel que aprende que su fracaso, su inseguridad, no son experiencias emocionales acogidas. En cambio, el éxito se acoge y se premia. Es el hijo que descubre que contar todo lo bueno atrae la atención de mamá o papá, pero traer la inseguridad los aleja. Y por lo tanto se genera un lazo afectivo evitativo.
El inseguro ansioso es aquel pequeño que descubre que a veces es acogido y a veces no. Están en una permanente alerta porque no acaba de saber cuándo va a ser acogido, o cuando va a ser reprochados delante de una misma situación de vulnerabilidad.
De estos tres estilos, el que queremos afianzar es “el seguro”, en el que tú y yo somos quienes somos en el éxito, en el fracaso, en la seguridad, en la vulnerabilidad… y nos encontramos en una sintonía.
Cómo afianzar el vínculo seguro
¿Cómo fomentamos en nosotros esa parte creativa que nos ayude a encontrar la manera de afianzar un vínculo seguro con nuestros seres queridos, respetando nuestros temperamentos, nuestras propias historias y el momento histórico que estamos viviendo?
Los ingredientes básicos son dos: el primero es la sintonía. Sé que estoy en sintonía con el otro cuando “me siento sentido”. Es ese lenguaje en el que tú y yo nos estamos dando cuenta de que somos significativos el uno para el otro. Por lo tanto, la sintonía es una danza regulatoria y contenedora del afecto, en el que tú y yo estamos danzando en esta sincronía afectiva.
El segundo ingrediente es la restauración. Es importante descubrir el de hecho de que tú y yo hayamos tenido un desencuentro, que hayamos perdido esta sintonía en un momento determinado, no significa que no nos amemos. No debemos poner en duda el amor que nos tenemos si perdemos la sintonía. Pero es preciso restaurarla, es decir, pedirnos perdón. En nuestros hogares es preciso generar una cultura de restauración, una cultura del perdón, y descubrir que podemos estar de nuevo en esa sintonía.
Ahora abordaremos otros ingredientes: el diálogo reflexivo y la comunicación emocional.
El diálogo reflexivo consiste en reconocer las señales que envía el alma humana, captarlas y darles un sentido. Por supuesto, como es un diálogo, lo que captamos lo tienes que confrontar. Con el ejemplo de nuestros hijos recién nacidos es fácil de entender. Imaginad que llegáis a casa con vuestro bebé recién nacido y viene de visita un amigo a conocer a vuestro hijo o hija. El bebé llora, el amigo se os queda mirando y os pregunta “¿qué le pasa?” y tú todavía estás conociendo a tu hijo y no sabes responderle. Imaginaros ahora que vuelve el amigo al cabo de un mes. El bebé llora y te preguntan. Tú ya sabrás decir si llora por el ruido, la luz, el hambre y cómo calmarle.
¿Qué pasa cuando van creciendo? Que tenemos que seguir practicando ese diálogo reflexivo. Un bebé llora cuando siente displacer (tiene hambre, tiene frío…). Un niño de tres o cuatro años también siente displacer y también podemos entrar en este diálogo reflexivo, así como con los bebés nos sale de manera natural, con los chiquitines tenemos que colaborar entre los dos.
La siguiente es la comunicación emocional. Muchos educadores insisten en la comunicación emocional de la tristeza, del miedo, de la angustia, es decir, de las emociones desagradables y de alta intensidad. Pero corresponde hacer una revisión de este punto. Es importante también ayudar a nuestros hijos a comunicar lo agradable, lo bello, lo placentero. Debemos dedicar tiempo a esas emociones para significarlas como algo importante. Recordemos los dos hitos de la comunicación emocional: 1. Generar espacios de gozo y 2. Permanecer en los momentos desagradables.
Hay que proporcionar un espacio seguro en el que pueda conectar con su tristeza, con su enfado y al final volver, devolverle al presente, que es donde está la esperanza. En caso contrario cuando vuelva a encontrarse en otra situación de vulnerabilidad no va a pedir ayuda, porque no se va a sentir contenido, no se va a sentir rescatado.
Veamos la manera de ser creativos con estas herramientas. Vayamos por etapas:
De los cero a los dos años. Erikson dice que el yo sucede porque hay un tú. Por lo tanto, yo soy en la medida en la que tú eres y nos necesitamos. Y lo primero que dice este psicólogo es que en esta etapa el contacto físico es vital.
El contacto físico es lenguaje afectivo. Si os fijáis, la dermis es el sentido más significativo en el lenguaje afectivo. Más que la vista, más que el oído, más que el olfato, y más que el gusto. Por lo tanto, vamos a por un lenguaje de ternura, pero no solo con palabra, sino a través del contacto. . Simplemente que estén a nuestro lado físicamente ya da la sensación de seguridad.
De los dos a los cuatro años estamos hablando ya de la niñez. En la que nuestro hijo o hija se maneja entre estos dos polos: la autonomía y la vergüenza.
¿Cómo conseguir ese vínculo seguro en esa autonomía psicomotora? Afirmando al hijo. Apruébale en todas las elecciones buenas que haga y corrígele en las equivocaciones sin humillarle.
Vamos ahora a la etapa de la edad del juego de los 4-5 años. Estamos en la etapa de la iniciación, son iniciadores. “¿Puedo cocinar contigo?” “¿Me enseñas a planchar?” Es cuando tu hijo te pide ponerse delante de ti en el coche para el conducir.
Se inician en el lenguaje, en el movimiento, en la imaginación. ¿Dónde está el riesgo en el que sean iniciadores? Ellos son los protagonistas y, por lo tanto, el riesgo está en que si cometen un fallo, un error, se sienten mal o se echan la culpa. Los niños de 3 a 5 años se echan la culpa de cosas tan sencillas, como puede ser romper un vaso, y de cosas mucho más serias como puede ser el fallecimiento de un abuelo.
Cuidado con el explotar la culpa. Tenemos que ayudar a nuestros hijos para que se sientan en ese espacio seguro con sus cuidadores; a diferenciar un comportamiento malo del que tienen que hacerse responsables y favorecer una restauración. Una cosa es hacer algo mal y otra, muy diferente, es ser malo.
Como conclusión, el apego implica compartir con otras personas, la amistad, la procreación y el trabajo. Es decir, todo aquello que da un sentido profundo a este “dar al otro y acoger al otro”. Es la dinamo del afecto. Y existe la esperanza de restaurar el vínculo. Existe la esperanza de restaurar el vínculo con nuestras propias figuras fundantes y fundamentales, nuestros padres. Y también de restaurar el vínculo con nuestros hijos. A veces esta sintonía se ha podido romper a muy temprana edad y cabe siempre la esperanza de esa restauración. Viendo todo lo que hemos trabajado, sobre todo esta última parte, viene la pregunta del millón: ¿Hay esperanza para mí? Quizás hemos descubierto que tenemos un apego inseguro evitativo o ansioso con mis hijos o con algún ser querido. Hay esperanza. La esperanza es la espera de que suceda lo bueno, de que mi hijo y yo conquistemos lazos afectivos seguros. Por eso hoy hemos venido a esta sesión y nos llevamos algún eco en el corazón que te hará creativo en la conformación de tus lazos afectivos.