Cuida la relación de apego con tus hijos, crea vínculos positivos con ellos
La conducta de los padres influye decisivamente en el comportamiento infantil, que se refuerza y estimula con ella. Cuando la conducta de un niño no es la adecuada, sus progenitores deberían analizar el origen de esa actitud, la manera en que ellos responden a ella e incluso cambiar la forma en que reaccionan a esa conducta inadecuada, para poder encauzarla.
El niño, que nace indefenso y cuyo desarrollo evolutivo es lento, necesita establecer con sus padres una relación de apego personal, fundada en la necesidad de recibir y dar amor. Esta relación —sustentada en la vida familiar— es el soporte para que padres, educadores y orientadores puedan desenvolver su acción educativa usando herramientas que son básicas en la acción educativa: autoridad, comunicación, imitación y fijación de metas.
Así lo explica la psicopedagoga y madre de cinco hijos, Carmen Ávila de Encío, en La relación de apego (Narcea ED., 2018), su último libro. En él reflexiona sobre la relación afectiva en el núcleo familiar y su impacto en la autoestima de niños, adolescentes y jóvenes. Y defiende que la evolución de las relaciones en el ámbito familiar a lo largo de las distintas fases del crecimiento madurativo de los hijos, tiene un impacto crucial en su desarrollo intelectual, afectivo y social. Y, por supuesto, también en el académico. Porque los adolescentes con buena relación con sus padres afrontan la etapa universitaria con más seguridad y menos ansiedad.
Cuando los padres aportan un amor consistente e inteligente, el hijo se siente comprendido, acogido y querido de forma incondicional y eficaz, generando un soporte emocional que sustenta su autoestima. Ávila de Encío ayuda con su libro a los padres para que puedan comprender la relación de desapego que caracteriza a la etapa adolescente, edad en la que la «conversación inteligente» es la mejor herramienta para establecer relaciones positivas, que deben iniciarse en edades tempranas.
Las etapas clave en la relación padres-hijos
Primera:
Hasta los dos años de edad se establece la relación de apego con los padres y/o aquellas personas que están al cuidado del niño. Hacia el año el niño comienza a caminar e inicia su autonomía, pero se mantienen sus relaciones de apego.
Segunda:
Desde los tres a los cinco años de edad, niños y niñas aprenden a nombrarse y a citarse sí mismos, lo que supone que el niño han tomado conciencia de sí como sujeto. En consecuencia, surge la rebeldía u oposición: empiezan a desobedecer de forma consciente y voluntaria. Es un periodo transitorio, que no entraña ningún problema y que hay que educar. Se trata de una desobediencia voluntaria que obedece a que el niño teme perder el cariño de sus padres y, por este motivo, junto a la desobediencia voluntaria aparece el deseo de agradar. Hacer gracias es positivo siempre que la gracia sea positiva. Cuando son comportamientos inadecuados deben ser corregidos.
Tercera:
Desde los seis a los once años, en el caso de las niñas, y hasta los trece años, en los varones, manifiestan su deseo de agradar y ganarse la aprobación de los padres. Por tanto, es muy fácil obtener un comportamiento adecuado en los hijos si los padres se lo proponen, según esta psicopedagoga.
La importancia de un buen clima familiar
Hasta la pubertad, el niño desea agradar a sus padres. De los cero a los dos años, más que agradar, desea retenerlos junto a él. De los tres a los cinco años, el deseo de agradar se conjuga con los inicios de autoafirmación del niño. Y, por último, de los seis años a la pubertad, el deseo de agradar es consciente y voluntario. Como destaca esta especialista, en cualquiera de estas etapas el ambiente familiar influye decisivamente.
Esa influencia se hace notar sobre todo en el afecto de los padres y su demostración (el niño tiene que advertirlo) y en la adecuación de la exigencia de los padres a las habilidades de los niños. Cuando estos dos factores no están presentes, o lo están de forma errónea en el clima familiar, surgen dificultades en el desarrollo socio-afectivo del niño que, sin ser patológicas, dan lugar a un comportamiento inadecuado. El móvil del niño no es agradar a los padres, sino que busca llamar la atención, imponer su voluntad, mostrar un afecto negativo (tal y como él lo recibe) o no responder a las demandas familiares escolares y sociales.
Cuando el niño busca continuamente cómo llamar la atención con comportamientos negativos, puede ser porque los padres sólo lo atienden cuando se comporta mal. Advertir o rogar al niño para que cambie de conducta puede cesar tal conducta, pero pronto volverá a la misma situación, porque con ello tan sólo se refuerza ese comportamiento inadecuado.
Según esta especialista, conviene dedicar tiempo al niño de forma positiva para que su necesidad de atención quede colmada. Igualmente, conviene alabar o prestar atención al niño cuando se está comportando de forma adecuada, sin excesos. Si lo que niño busca es poder —hacer lo que se le antoja, provocando en los padres un sentimiento de ira y desafío—, mejor no entrar en la dinámica del niño y controlar sus sentimientos.
Los niños que no se sienten queridos consideran que para ser alguien dentro de la familia deben hacer daño a los demás, tal y como se lo están haciendo a ellos, y tratan de desagradar a sus padres. En lugar de desquitarse con el hijo, lo que acumula su agresividad, el progenitor debería examinar su propia conducta, quizá demasiado crítica o de rechazo frente al niño.
Hay niños que, al no confiar en absoluto en sus capacidades y habilidades, no pueden emprender ninguna actividad, son pasivos, lo que provoca en los padres un sentimiento de desesperación; la reacción más habitual es hacer las cosas por ellos. Ante estos casos, el padre debe estimular cualquier intento de respuesta, siempre que sea positivo, aunque el intento o el logro sean mínimos. Hay que evitar censurar al niño, ceder y hacerlo por él o sentir compasión, aconseja Ávila de Encío.
Ella sostiene que cuando la conducta de los padres no es adecuada, surge una conducta inadecuada en los hijos que repercute a su vez en los padres, aumentando la disfuncionalidad. Eso hace cada vez más difícil el manejo del niño y agrava el desajuste del desarrollo socio-afectivo del niño. Respetar al cónyuge y respetar a cada hijo en el trato diario; dedicar un tiempo de juego y/o conversación a cada hijo; estimular, animar y encauzar la conducta positiva de cada hijo, y demostrar el cariño que se tiene a cada uno es esencial para establecer relaciones positivas con los hijos, relaciones de apego auténticas que son básicas en el desarrollo futuro de nuestros niños y niñas.
No olvidéis, como destaca Ávila de Encío, la importancia de la autoridad, entendida como un derecho del niño a ser orientado en su vida. «Cuando ésta se ejerce mediante un control y un afecto equilibrados, no deriva ni en permisivismo, ni en negligencia, ni en autoritarismo», asegura la psicopedagoga.