Educar en valores, una labor de servicio al bien común
Luis Rodrigo de Castro, profesor de Derecho y Relaciones Internacionales, de la Universidad CEU San Pablo explica en un artículo de ABC que cualquier centro formativo, además de la formativa, está llamado a ejercer una labor eminentemente de servicio al bien común.
Tras el parón estival y con la llegada del mes de septiembre a nuestras agendas, la actividad volverá a los centros, las anécdotas personales y las confidencias cotidianas a los pasillos y la simbiosis perfecta entre el aprendizaje y la transmisión del conocimiento será la melodía que vuelva a sonar en las aulas. De manera sencilla podemos decir que es la magia de educar.
Sea como fuere, no cabe duda de que cualquier centro formativo, además de la formativa, está llamado a ejercer una labor eminentemente de servicio al bien común.
Sin embargo, si únicamente nos limitamos a proporcionar a los estudiantes los conocimientos técnicos del saber sin complementarlos y enriquecerlos con la consiguiente transmisión de aquellos valores vertebradores de nuestras sociedades, que nos permiten mirar al futuro con optimismo, caeremos en una cierta disfuncionalidad de concepto.
Cierto es que la familia es la célula social básica, pues es en ella donde se va adquiriendo desde la más tierna infancia un conocimiento cada vez más profundo de la realidad sensible, del respeto al prójimo, de la virtud de compartir o pedir perdón, pero el ámbito educativo es la segunda parte de esta ecuación. En las aulas hablamos de diversas materias, sin embargo, en clase se cultiva ante todo el compañerismo, la preocupación por el otro, la cercanía hacia nuevas realidades gracias a los programas de intercambio, la excelencia o la capacidad de autosuperación.
En este sentido, sin llegar a sustituir nunca a las figuras paterna y materna, los profesores somos copartícipes, junto a ellos y gracias a ellos, de la hermosa tarea de enseñar a las siguientes generaciones dotándoles de útiles inmateriales que les guiarán a lo largo de su vida. Somos custodios de su propia descendencia y nos la confían para que los preparemos ante un futuro cada vez más complejo y competitivo. Por consiguiente, como docentes, nuestra inquietud no solo debe ser ocuparnos por formar buenos profesionales, por supuesto que sí, sino que, ante todo, nuestra preocupación debe ir a formar en primer lugar personas íntegras y socialmente comprometidas.
En honor a la verdad, pocas responsabilidades hay de tal calado, pero, al mismo tiempo, pocas las hay que sean tan hermosas y gratificantes.